Globalización

domingo 21 de marzo de 2010

En la sala de espera de urgencias a las nueve de la mañana, tres pacientes. Un niño con un brazo dislocado, una niña con tos muy fea y yo con un dolor de oídos terrible. Acompañantes: con la niña su madre y su abuela, las tres iguales; con el niño, su madre; yo, sola. Nacionalidades el niño portugués, la niña colombiana, yo española.
La abuela colombiana conmovida por el niño portugués, pregunta a la madre que qué le pasa, y la madre con castellano dificultoso explica que al niño se le disloca un hombro desde que nació. Comienza así una conversación entre ellas, tortuosa por los acentos. La madre portuguesa no entiende ni habla bien castellano y menos el castellano que habla la abuela, al parecer recién llegada de su país. Yo estoy de espectadora, miro y escucho con curiosidad, todavía me veo de intérprete pues entiendo con cierta facilidad a ambas. Pero lo más chocante pasa a ser el contenido de la conversación. La abuela sabe un remedio para el niño portugués, infalible, hay que matar una gallina, o paloma en su defecto; abrirla y cuando esté todavía caliente colocarla en el brazo del niño, para que la sangre le cure. Con cinco horas es suficiente, conviene eso sí entablillar el brazo con la gallina para que el niño no lo mueva.
Ella sabe que funciona porque a su sobrino le pasaba en una pierna, y en el pueblo mataron a un burro y le abrieron para meter dentro al sobrino y con el calor de la sangre se curó; ya tiene 25 años y está perfectamente. Pero claro, aquí en España ya no matan burros (con pesar). No sé quién tiene los ojos más abiertos, si la madre portuguesa o yo.Me llaman para atenderme, no tengo otitis sino una luxación de mandíbula. Antiinflamatorios y al especialista.Paso corriendo por la sala de espera, no sea que la abuela sospeche mi dolencia y quiera ayudarme.

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