El árbol de pensar

viernes 21 de mayo de 2010

En medio de la ladera de una colina, a pocos metros de un pueblo, pero con bastante desnivel, hay un árbol tronchado. Lleva muerto muchísimos años. Es el único árbol, el resto del terreno está plagado de zarzas, bojes, y matojos de hierbas aromáticas, sobre todo tomillo y manzanilla.
En los meses de verano el sol achicharra esa cara del monte dejando en sombría frescura el otro lado del valle. Un riachuelo atraviesa la zona más baja de la hendidura partiendo el pequeño poblado que está allí instalado desde tiempos de los romanos, en dos mitades casi simétricas.El acceso al árbol es dificultoso por lo escarpado del terreno pero merece la pena arañarse las piernas y llenarse las manos de pinchos para llegar hasta él.
Si estás el tiempo suficiente descubres que no hay más sonidos que el de las chicharras y los grillos; y que puedes sin prisas escuchar tus pensamientos.He pasado allí sentada con las piernas colgando mirando el valle horas y horas bajo un sol que curtía la piel. En aquella posición, inmóvil, consumí gran parte de las tardes de verano de mi adolescencia, intentando comprender el mundo que me rodeaba y cual era mi posición en él.Llevo muchos años sin subir de nuevo, pero algo me hace sospechar que si este verano se decide por fin a llegar, volveré a sentarme en mi árbol de nuevo con las mismas preguntas.

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